martes, 21 de julio de 2009

Cuento Pirata!!!


PIRATAS POR CORRESPONDENCIA. Beatríz Actiz

El gran problema de Francisco Morganelli -conocido en el barrio El Paraíso de la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra como: “El Tardío”- era que el reloj de su vida atrasaba largamente. Había caminado, hablado, dejado los pañales y recibido el nacimiento de sus dientes mucho tiempo después que sus hermanos, primos y compañeros de la guardería y del jardín. Había terminado la escuela primaria con edad suficiente para ingresar a la mismísima carrera de Magisterio. Había tardado en descubrir su vocación, aquélla que le permitiría “labrarse un porvenir y convertirse en un hombre de bien”, según decía su padre (ya en ese momento, un señor mayor). Ahora bien: una vez que descubrió su verdadera vocación, nada en el mundo iba a impedir que concretara su sueño. Porque Francisco Morganelli no tenía dudas: ¡quería ser pirata! Bolivia, lo sabemos, tiene el lago Titicaca y, además, ríos importantes como el Pilcomayo, el Bermejo, el Madeira, el Desaguadero... Pero ¡lo que no tiene es mar! Ése fue, sin duda, el segundo gran problema de Francisco Morgarelli. “No estoy ni en el momento ni en el lugar adecuados”, comprobó el buen hombre, apenado, pensando en qué difícil sería concretar sus nobles aspiraciones. Entonces, decidió tomar el timón del barco de su destino para llegar a buen puerto (pensó durante mucho tiempo aquella frase) e hizo un curso por correspondencia en la Escuela de Filibusteros: “¡Caribe ya!”. Eso sí, el estudio le llevó un poco más de tiempo del que había calculado. En efecto, una década después, Francisco Morganelli “El Tardío” se recibió de pirata tras aprobar todas las materias de su curso por correspondencia. Pero iba a resultarle muy dificultoso conseguir trabajo. Decidió entonces tomar algunas medidas: en primer lugar, acortó su nombre para convertirlo en otro que sonara más parecido al de un pirata y puso este aviso clasificado en el diario boliviano de mayor circulación:

“Francis Morgan”

-Filibustero-

Asesoramiento en casos de:

  • Piratería o robo de mercancías en el Mar del Caribe y zonas de influencia

  • Búsqueda de tesoros muy ocultos y desciframiento de mapas escritos con tinta invisible

  • Pérdida de brazo y de ojo en batallas en altamar

Sin embargo, nadie respondió a un aviso tan atractivo como útil. “No hay derecho”, protestó Francis. Pero no se desalentó e hizo todo lo que detallaremos a continuación:· Como quería a toda costa ser un auténtico pirata y conocer la Isla de la Tortuga (refugio por excelencia de bucaneros y filibusteros), ¡se compró una tortuga!: un símbolo más de la lentitud de su comportamiento.... Le puso de nombre “Rosa de los Vientos”, aunque en la intimidad la llamaba “Rosita”. Los dos juntos tomaban sol en el jardín, en los pocos meses en que ella no estaba hibernando en el sótano de la casa. Como no tenía pata de palo -que sí la tiene todo pirata que se precie- , usaba un bastón que en su empuñadura tenía una cabeza de pez tallada en madera. A veces caminaba apoyado en su bastón (un día lo agarraba con la mano derecha; otro día se olvidaba y la agarraba con la mano izquierda). Otras veces se olvidaba de apoyarlo y lo llevaba en la mano como un puntero para señalar el norte, el sur, el este y el oeste, o simplemente para rascarse la espalda o espantar a los mosquitos. Basó su dieta en limón para evitar el terrible mal del escorbuto, que asola a los navegantes. Pero tenía que ocultar su cara de espanto cada vez que le daba un mordisco a un fruto tan agrio y a escondidas comía duraznos, melones y sandías ¡que le sabían mucho mejor! No tenía isla (aunque tenía tortuga). No tenía cofre del tesoro, pero tenía la mochila que guardaba de recuerdo de su época de estudiante y que poseía forma de valijita y, con un poco de imaginación, parecía un cofre. Adentro de la valijita no había ni piedras preciosas ni monedas de oro. Su tesoro estaba escondido en el sótano de la casa, al lado de la tortuga que se la pasaba hibernando: era la colección de los libros de “Sandokán” de Emilio Salgari, que releía desde su más tierna infancia. A falta de loro, compró en la Feria una cotorra verde para compañía de la tortuga y la llamó como el oceanógrafo francés “Jacques Cousteau”. A Jacques Cousteau le gustaba mucho cantar esta canción:

“Todos los piratas tienen un lorito que habla en frances

Pero la cotorra tenía innumerables caprichos que a Francis más de una vez lo sacaban de las casillas, por ejemplo: las migas de pan remojadas en leche que comía sólo podían ser de plan flauta y nunca de pan felipe, la latita en la que se bañaba como en una pileta tenía que tener el agua tibia y salada como la del mar, pero jamás, fría, al atardecer, Francis entraba a Jacques Cousteau a la cocina y le encendía la radio para que no se entristeciera con la melancolía del crepúsculo, etcétera.

Así se encontró Francis Morgan en un atardecer en la cocina de su casa: ya un señor en edad de jubilarse ¡y todavía no había empezado a trabajar!; solo, con la tortuga hibernando, el loro quejándose en francés, los libros de aventuras escondidos en el sótano, el gusto a limón en la boca... “Es hora de retirarme”, decidió (aunque nunca había comenzado). Se puso a pensar en su futuro, mientras con el bastón -ex pata de palo- sacaba una telaraña del techo: “¿A qué me podría dedicar, con todas mis aptitudes?”. Y así se le ocurrió, como en una marejada de ideas: ¡podía ser buzo, o biólogo marino, o estudiar la carrera de Oceanografía! Sacó una manzana de la frutera, la comió sin ningún remordimiento y exclamó con voz muy fuerte, tanto que despertó a Jacques Cousteau, aunque no le importó para nada: “¡Esta vez sí lo voy a lograr!”. Y corrió a comprarse de inmediato un par de patas de rana.Y colorin colorado ....

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