sábado, 16 de enero de 2010

CUENTO RELATIVO


LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD MUSICAL DE ALBERT EINSTEIN

- ¡Damas y caballeros! tengan todos ustedes muy buenas noches. El Manhattan Opera House, de Nueva York, tiene el honor y el agrado de presentar en concierto para violín, al más grande de los grandes violinistas del mundo, el maestro, Nicolás Von Kühn y la orquesta nacional sinfónica de Washington.

Los fervientes espectadores acomodados en las diferentes localidades de la gran sala de conciertos, se pusieron de pie para ovacionar con un mar de aplausos, al sexagenario violinista suizo, quien al aparecer sobre el centro del escenario, fue convertido en el blanco de los cegadores flashes de los fotógrafos de la prensa local e internacional, asistentes al magno espectáculo.
- ¡Muchísimas gracias, amigos míos! - se pronunció el violinista - Gracias por este caluroso recibimiento y estar aquí, acompañándome en esta bellísima noche tan especial para mí, en la que, como todos ya saben, será mi noche de despedida; así es que este último concierto se los dedico a todos ustedes, mi querido público presente. Nuevamente, un efusivo aplauso acompañado esta vez de un atribulado suspiro se dejó oír en la platea, en las cazuelas y en cada uno de los palcos de la sala, que sólo cesó cuando la mano izquierda del eximio maestro violinista, comenzó a volar sobre el diapasón del violín, cual si estuviera separada de su cuerpo, mientras que con el arco, ya arrancaba las notas a las cuerdas y, una hermosa, conmovedora y suave melodía, invadía con su maravilloso poder, la atmósfera del edificio, para el deleite del espíritu de la melómana afluencia. El concierto culminó con la brillante ejecución de la Romanza en fa de Beethoven y una sublime sonata de su propia inspiración, en tanto que, el cautivado auditorio, clavados a sus butacas, no perdían la concentración de cada nota del concierto. Emocionado hasta las lágrimas, Nicolás Von Kühn, abandonó para siempre el escenario, empapado por el apoteótico aplauso de sus amigos y admiradores, quienes espontáneamente, rompieron con las formalidades de la circunspecta "culta sociedad", para vitorear su nombre repetidas veces. Minutos después, el viejo maestro del violín, aguardaba impaciente dentro de su camerino, el retorno de su asistente personal junto con el ilustre invitado que había pedido traer. - ¡Maestro!, aquí le traje al profesor Albert Einstein. - Gracias Jean Paul, ahora déjanos solos por favor. - ¡Profesor, Albert Einstein!, mis ojos se regocijan con su presencia, gracias por haber asistido a mi último concierto. - ¡Oh, no diga eso! que para mí fue un placer estar aquí. Mis oídos le estarán eternamente agradecidos a su deleitoso arte musical. - Profesor, yo le pedí a mi asistente traerlo a mi camerino, porque yo quería conocerlo personalmente desde hace mucho tiempo y, ahora que lo tengo a mi lado cobraré valor para confesarle un secreto. - Y... ¿Cuál es ese secreto, maestro Von Kühn? - ¿Recuerda usted bien, profesor Einstein, el invierno del año 1905? - Algo, sí... ¿Por qué lo menciona usted? - Pues, bien, entonces recordará este viejo violín, profesor... - ¡Lina! ¡Lina!, ¡es mi Lina! - repetía emocionado, el septuagenario profesor Albert Einstein, cuando volvió a ver después de varios años, el vetusto violín al que llamaba, Lina y que entregó en sus manos, el maestro violinista.- Pero, ¿Cómo así usted posee el antiguo violín que me regaló mi madre? - verá profesor... yo fui aquel chiquillo de trece años que le robó su violín, cuando usted, siendo entonces, un joven desconocido para el mundo, paseaba plácidamente por las calles de Berna. - ¡Oh, ya comprendo!... entonces fue usted el que hizo que me resbalara y cayera bruscamente contra el pavimento cuando intentaba alcanzarlo, ¿no? - Yo... supongo que sí, profesor, pero me encontraba tan asustado entonces, que no me volví a mirar atrás, a ver que había sucedido con usted, pero, ¿sabe?; cuando robé su violín, me pasaron muchas cosas que no se bien cómo explicar. - A ver, cuénteme, Maestro. - Yo me quedé huérfano desde los doce años y por eso me volví un ladronzuelo para sobrevivir, pero desde que hurté su violín, nunca más volví a robar a nadie, pues, mi único deseo desde ese momento fue aprender a dominarlo con maestría, lo cual no logré, sino hasta después de cinco años en los que trabajé duramente para un concertino que poco a poco me enseñaba los secretos de su oficio. Mientras eso ocurría, siempre me intrigó saber, quién era, Albert Einstein, ya que como bien sabe, usted grabó su nombre en la placa posterior del instrumento. No fue entonces hasta el año de 1916, que me enteré de lo inmensamente importante en que se convirtió su persona para el mundo entero y eso me motivó aún más a transformarme también en el violinista que soy ahora. - ¡Vaya!, jamás imaginé el tan magnífico destino que tuvo mi amado instrumento. - Y entonces, ¿Podrá perdonarme profesor Einstein? - ¡Hombre! ¡Claro que sí!... además, le confesaré yo también un secreto. De no haber sido por ese golpazo que me di en la cabeza al perseguirlo a usted, yo no habría podido jamás formular las teorías que después llegaron a mi mente como un rayo de ideas... hasta entonces, yo tan sólo era un estudiante promedio de física y un modesto profesor de matemáticas, pero después del golpazo... ¡PAU!, todo se hizo tan claro y fácil, que hasta ahora no me deja de sorprender a mí mismo. Los dos ahora ancianos hombres, se miraron a los ojos por un momento y luego echaron a reír a carcajadas. - Profesor, quiero regalarle este magnífico Stradivarius de mi colección, y que con él, me acompañe a tocar al escenario vacío, la sonata para violín de Mozart. - Gracias, amigo mío, para mí será el más grande de los honores, que éste humilde y aficionado violinista pueda tocar al lado del más grande maestro del mundo entero. Y colorín colorado...

1 comentario:

  1. “Si quieres un adulto con un pensamiento creativo, de pequeño cuéntale cuentos, si lo quieres además sabio, cuéntale más cuentos”.

    (Albert Einstein)

    ResponderEliminar